dimecres, 8 de maig del 2013

Fragmentos en el espejo



Hoy no hay clase y por eso, cuando abro los ojos a la luz del nuevo día, puedo permitirme ignorar las agujas del reloj y hundirme otra vez en los mundos ignotos de los sueños. No tengo prisa por despertarme y por eso el descanso tiene otra calidad y consistencia, más denso y aterciopelado. Pero, al dormirme, aparecen otra vez, irreductibles, los mismos fantasmas inquietantes y angustiosos: la basura mental recogida por el camión de la inconsciencia.

Mi voz enfurecida lanza sus injurias que rebotan en un muro de frialdad. Respiro mi exasperación y las palabras son inútiles y caen en el vacío. Nunca alcanzan a tener ni una pizca de su sentido primogénito. Golpeo las formas fantasmales, incorpóreas, sin consistencia y que parecen no percibir la fuerza de mis pensamientos. Todos mis intentos son inútiles y me canso sinsentido. La furia me enardece y me hago más fuerte en la lucha. Siguen siendo tosca piedra. Soy rayo de rabia pura.

Las formas me son conocidas: las dos ventanas, el armario, el espejo de cuerpo entero. Pero, en vez de una cama hay dos y la pared no es de un alegre violeta, sinó que los pósters cubren la pálida pintura. La conversación es natural, pero discurre un hilo de tensión. A veces saltan chispas eléctricas, pero no son suficientemente potentes para alarmarnos con la amenaza de un incendio abrasador. Aún es posible el intercambio de impresiones, las palabrsa no hieren con la ponzoña del rencor. Huelen a nuevas, sin velos.

Sus pequeños cuerpos piden a gritos una ayuda que no les puedo ofrecer. Sus ojos son pozos sin fondo en que me hundo. Maúllan a la levedad del aire. Quieren apresar una nube y engordar su débil cuerpo con ella. No es posible la huída. En la espalda, garras de culpabilidad. Las fuerzas del eterno retorno.

Tengo toda la mañana para mí y la única compañía es una forma negra que se estira perezosamente y bosteza. La Mixa no se separa de mi lado y con su afabilidad y fidelidad obstinada rebate el tópico de que los felinos son seres huraños y solitarios. Quizá la Mixa me ha felinizado y ella, conmigo, se ha recubierto de una fina pátina de humanidad. Como la eterna pareja de sancho y don Quijote, intercambiamos los papeles con los que nos ha dotado la naturaleza. Me pierdo en los abismos de sus ojos amarillos, que me sugieren interrogantes sin fin. Pienso en el futuro y en qué será de nosotras dos. Y si, con mi marcha y su pérdida, no me arrancarán de cuajo una parte de mí.

Retomo la lectura de Las metamorfosis de Ovidio. Es curioso como nos formamos una serie de expectativas sobre lo que nos deparan los clásicos y como éstos se encargan de desbaratar todos nuestros esquemas mentales; castillos de humo tumbados por una ráfaga de viento. Al iniciarlo, me armé de paciencia, dispuesta a hallar un libro largo y aburrido, denso. Y, en cambio, he descubierto una obra que remite a Homero. Su lectura es amena, el contenido me es familiar y el lenguaje, claro y vacío de artificiosidad.Después de comer, subo en mi bicicleta y, a medida que dejo atrás el pueblo y me adentro en la montaña, soy consciente de que soy una espectadora privilegiada del renacer de la naturaleza tras el frío invierno. Todo el bosque parece despertarse de un largo letargo y también mis fuerzas se renuevan y mi ánimo se reviste de brotes tiernos de optimismo y esperanza.

Pedaleando, mis tensos nervios se calman y mi pensamiento se aleja de las regiones oscuras de las que procede. Delante de mí, Joan también se fatiga con la subida y se regocijará con el descenso, que pondrá alas a sus pies. Con el recorreré senderos y , juntos, sortearemos los baches del camino. No temo emprender nuevas vías si mi compañero de viaje me insufla palabras de aliento cuando mis fuerzas decaen. Y me lava las heridas, como bálsamo de Fierabrás para las caídas, si no puedo sortear a tiempo una imprevista piedra.

Cuando, exhausta, llego a mi falsa morada, dejo que el líquido traslúcido se deslice por mi cuerpo y elimine el residuo de mi esfuerzo. Las únicas impurezas que pueden eliminarse. Después ceno y ofrezco mi barriga a la pesadez digestiva de la televisión.

Para que mi ánimo no se recubra de tintes fúnebres, me sumerjo en la lectura de "El curioso incidente del perro a medianoche". El autor es un desconocido. o al menos para mí, Mark Haddon, que enfoca la obra des de una perspectiva original. El narrador es un niño autista de quince años que empieza a describir sus vivencias a partir de una circunstancia especial: el asesinato del perro de su vecina . Ésta es la excusa para relatarnos su vida. Al final, el relato de sus peripecias esclarece el motivo del asesinato, así como la narración de Lázaro explica su situación final de deshonor.

Termino el libro y lo dispongo todo para escalar las cumbres de la inconsciencia. Cierro los párpados, coraza de débiles metales para luchar contra mis espectros, y sueño, sin saber que sueño.




Maria Montoriol Llopart


Esparreguera, a 11 d’abril del 2005.




                                       

                                          



dimarts, 7 de maig del 2013

Humo negro


Siempre he pensado que siento demasiado. Me habría gustado ser roca y dejarme acariciar, imperturbable, por el sol y ser erosionada lentamente por el embate de las olas. Pero nací bajo el yugo de los sentimientos y así habré de morir.

Para muchos, la infancia constituye una especie de paraíso perdido, pero para mí no lo fue. Me recuerdo como una chica asustadiza, extremadamente tímida e introvertida que se refugiaba en los libros, como si de un talismán se tratase. Ante un mundo inhóspito y frío, en que no sabía cómo desenvolverme, me sumergí en los libros, que sí me acogían en su seno. Así, sustituí a los amigos que no tenía por personajes literarios y Tom Sawyer o El Pequeño Vampiro me acompañaron en mi viaje.

A medida que iba creciendo, se acrecentaba también mi pasión por los libros, pasión devoradora que me encerró más y más en mi misma. No aceptaba la realidad que se me imponía y, en vez de enfrentarme a mis temores, huía hacia paraísos artificiales. Mi carácter, ya de si propenso a la melancolía y al pesimismo, se agravó con la difícil entrada a la adolescencia. Sentía, sentía demasiado, pero era incapaz de comunicar mis angustias a los que me rodeaban ni reconocerlo ante mí misma. Me balanceaba ante el precipicio, su negrura abismal me fascinaba y sólo un pequeño empujón me podía hacer en sus profundidades. El empujón se materializó en la separación de mis padres y en el ingreso al instituto.

Recuerdo esta etapa de mi vida como una sucesión de tempestades y días grises, pero sin un rayo de sol. Yo me encontraba en medio de un temporal, no sabía donde se dirigía mi barco ni si me hundiría en las profundidades del océano. A los catorce años sin saber nada de la vida, me adentré en el espiral destructivo de la depresión y se agotaron mis ganas de vivir. No era consciente de lo que me estaba pasando, pero estaba lejos de todo y la sola conciencia de la vida me provocaba dolor.

Durante toda mi vida había ido construyendo un muro. Este muro no dejaba que mi voz se escuchara en el exterior, pero tampoco que la realidad penetrara fluidamente en mí. Con el tiempo he aprendido a desmontar, ladrillo a ladrillo, esta pared, edificada con la argamasa de la frustración y el miedo y asomarme con precaución al terreno ignoto de los sentimientos.

Muy despacio, la vida volvió a circular por mis venas exangües de oxígeno y volví a tener hambre de sensaciones. Poco a poco fui saliendo del pozo al que había descendido y me atreví a caminar por el césped que lo rodeaba. Actos cotidianos que me suponían un terrible esfuerzo, como comer o ducharme, volvieron a ocupar su puesto entre los movimientos mecánicos de cada día. Se abría una nueva ventana para mí y luché para no desaprovechar la nueva oportunidad que me brindaba la vida.

En esta nueva etapa de mi vida descubrí el amor en toda su plenitud. El hecho de ser el objetivo de las flechas del deseo hizo que cobrara más seguridad en mi misma y saliera de mi mutismo. Me dejé arrastrar por este primer fuego amoroso que me incendiaba por dentro y me cegaba hacia todo lo que no fuera mi objeto de deseo y no vi la influencia nefasta que estaba ejerciendo en mí. Él tenía quince años más que yo y se basaba en la experiencia para adoctrinarme. Con el tiempo me di cuenta de esta manipulación soterrada, rompí mis cadenas y tomé el partido de adquirir una voz propia y gritar mis propias ideas.

Entonces hice lo que toda adolescente tendría que haber estado haciendo ya; salir y divertirme. Pero a medida que iba construyendo mi identidad y expresaba ideas propias, se iban irguiendo más muros a mi alrededor. No todo el mundo veía con buenos ojos mi nueva actitud y se criticaban mis amistades, la ropa y la música que escuchaba... Yo me sentía como un bicho raro y lo que más me dolía eran los comentarios en voz baja y los dardos clavados en la espalda. Descubrí la hipocresía de nuestra sociedad, que lo envenena todo y me cubrí con el manto de la falsedad para sobrevivir en la vileza del mundo.

En esta época tuve varias relaciones amorosas que fracasaron y no colmaron mis expectativas respecto a la relación en pareja. No sentí la plenitud hasta que conocí a Joan. Con él todo parecía fluir sin dificultad, era un bálsamo para mis heridas y un árbol en que recostarme. Fue mi amigo y amante antes que surgiera el amor y éste no irrumpió de golpe, sino que se formó a través de pequeños fragmentos: su sonrisa, una confidencia, él saliendo de la ducha… Nunca nadie me había tratado con iguales dosis de cariño, comprensión y fraternidad. Nuestra relación, que había empezado como algo pasajero, fue cobrando un sesgo más y más serio a medida que pasaban los días, hasta que nos dimos cuenta que no podíamos pasar un día sin vernos y que no concebíamos el futuro el uno sin el otro. De todo esto ya hace seis años y yo aún estoy prendada de su voz.

Pero el amor no borra los otros aspectos de la vida, aunque puede suavizarlos, y en COU tuve otra depresión, más leve, encubierta de malestares físicos. Por esta razón, y arrastrando un gran sentimiento de culpabilidad, repetí curso y me preparé para entrar en el mundo universitario. Mi carrera la decidió mi pasión por los libros y el primer año fue muy especial porqué todo era nuevo para mí: los profesores, las asignaturas, los edificios, mis compañeros… sentía temor ante una nueva recaída, ya que zozobraba ante los cambios de dirección en el viento. Pero la adaptación fue más fácil de lo que suponía y rápidamente me acostumbré a las clases y entablé nuevas amistades...

(¿Continuará?)





Maria Montoriol Llopart


Esparreguera, a 16 de març de 2005.



                                                   
Foto de Núria Montoriol. Esparreguera.


dilluns, 6 de maig del 2013

Perduts a l'illa


Les ones es movien pausadament, seguint el ritme de les lentes hores, que no tenien pressa per discórrer. El sol bronzejava la seva pell daurada i adormia les seves sensacions, com si d’un suau bàlsam es tractés. Es trobava en un estat entre la vetlla i el son i petites gotes de suor parlaven el seu front i regalimaven fins a la boca entreoberta. De sobte, es feu la foscor, però la seva causa no fou un núvol de pluja, sinó una figura que es retallava davant l’astre rei. Ella notà un canvi en la il·luminació i intuí la seva presència. Entreobrí les parpelles i llambregà cap el lloc on ell es trobava. Aquest li feu un oferiment inesperat, però que a ella semblà satisfer-la.

Les seves mans, a primera vista, semblaven barroeres, però, amb el contacte de la fina pell d’ ella, es convertien en unes mans tendres, expertes, que prometien despertar el desig més exaltat. Començà per les puntes dels dits i després es dedicà als turmells i a les cames. Anà estenent crema protectora per les cuixes, fent un massatge circular que feia penetrar la loció, uniformement, per tots els porus. Ella, mentrestant, es delectava amb la fricció suau i alhora ferma sobre la seva pell.

Ell explorà el seu ventre amb dits hàbils i es dedicà, profusament, als protuberants pits. Per fer-ho, enretirà un xic el biquini i així pogué escampar el líquid calent. En el moment que els botons rosats despertaven instantàniament al seu contacte, ell notava com el banyador l’hi apretava extraordinàriament, degut a una erecció esplèndida.

La banyista advertí el desig ardent d’ell i no trigà a empunyar la seva més preuada arma. Es rebolcaren per l’arena calenta i els seus cossos es barrejaren fins a esdevenir-ne un de sol. La seva passió no tenia límits i res no els impedia satisfer la seva urgència amatòria.

Fou penetrada sense problemes, ja que es trobava preparada per acceptar el regal formidable d’ell. Sospirava cada vegada amb més intensitat i es convulsionava amb els orgasmes repetits i sense fi. Ell fruïa amb la seva expressió de satisfacció i, anhelant, volia que no s’acabés mai aquest estat d’exaltació i plaer extàtic. Però hi hagué un moment que no pogué suportar la compressió del seu membre viril i explotà en un mar dens que semblava no tenir fi. Ella somrigué davant el fruit dels seus esforços i no restà inactiva. Primer acabà amb les restes de la incontinència amb cops de llengua ràpids i efectius. Després es dedicà a resseguir tot el tronc per fer-lo revifar.

Ell s’abandonà a les manyagueries d’ella i notà com, altra vegada, l’alta torre s’erigia cap al cel infinit. Ella no s’acontentà amb aquesta erecció inesperada fins que no aconseguí el grau de duresa desitjada. Llavors es dedicà fervorosament a la tasca d’aconseguir un altre esclat de semen i devorava el membre amb xuclades ràpides, però intenses. Ell es desfeia de plaer i notava com les venes s’inflaven fins a rebentar. El clímax arribà i ella celebrà l’explosió amb un moviment accelerat de la llengua viperina, no deixant que ni una gota es perdés en l’extensió infinita de la platja.

Després de l’exercici es sentiren extenuats i es prometeren que no trigarien a repetir-ho.



Maria Montoriol Llopart


Esparreguera, estiu del 2001.





Foto de Joan Fort. Calella de Palfrugell.


diumenge, 5 de maig del 2013

Una estrella

Quan em perdo
entre els suspirs de l’oreig,
la brisa,
càlida,
acariciant-me la galta
i la mirada en el firmament.
A la llunyania,
milers de puntets brillants,
que, encara que voldria,
amb la mà estesa
no puc abastar.

Tot són somnis,
desitjos en el vent;
si cloc les parpelles,
ben fort,
puc albirar un món diferent:

M’abraço al desig.
un bes ardent,
uns braços m’estrenyen
i tot s’esvaeix al voltant meu.

L’alè vaporós,
calent,
foragita fantasmes;
grisos rostres
d’armes imponents.

La mirada,
verda,
omple de claror
les cambres fosques
d’un cor
de pany ple de rovell.

Les finestres,
ara esbatanades,
deixen discórrer l’aire,
renovat
Els nenúfars floreixen
I el sol es reflecteix en el llac

La rosa abandonada
esclata com si fos maig.
La superfície rosada
llueix
i pels poros
es respira
l’oxigen de la felicitat

Per fi,
tots els somnis,
reunits en tu,
es fan realitat.





Maria Montoriol Llopart

Esparreguera, a 7 de gener del 2000. 





Foto de Joan Fort. Montserrat.